Pero ahora, un año después, la guerra entre Israel y Hamás ha planteado nuevos desafíos para un diálogo abrahámico de alto nivel, así como para la diplomacia vaticana.
El 7 de octubre de 2023, poco después de la masacre de unos 1200 civiles en Israel, Al-Azhar, uno de los principales centros mundiales de enseñanza islámica, elogió a los combatientes de Hamás que murieron en el ataque como “grandes mártires de Palestina”. Desde entonces, el imán El-Tayeb y Al-Azhar se han unido a un creciente coro de líderes musulmanes que critican el ataque aéreo y la guerra terrestre de Israel en Gaza diciendo que se trata de un genocidio contra el pueblo palestino. Cuando avanzaba la ofensiva israelí y aumentaban las muertes de civiles, el secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, condenó el “ataque terrorista” de Hamás y pidió una respuesta proporcionada. A fines de octubre, el papa Francisco le dijo al presidente israelí, Isaac Herzog, en una llamada telefónica privada, que está “prohibido responder al terror con terror”, un concepto que repitió posteriormente en público. En diciembre, el gran rabino israelí David Lau amonestó a Francisco por asociar a Israel con el terrorismo, e insistió en que “estamos haciendo todo lo posible para evitar y reducir el daño a los civiles”. Los líderes judíos de todo el mundo han rechazado con vehemencia las acusaciones de genocidio por considerarlas falsas y antisemitas.
La guerra entre Israel y Hamás ilustra la fragilidad de la diplomacia interreligiosa. Sea cual sea su significado teológico, cultural y político, el diálogo interreligioso de alto nivel tiene un impacto limitado en medio de reivindicaciones territoriales enfrentadas, agravios históricos rivales y violencia brutal. Los límites de la diplomacia interreligiosa son especialmente evidentes en el contexto de Israel y Palestina, donde las diferencias religiosas y políticas se han reforzado mutuamente a lo largo de la historia. Aunque los líderes judíos, musulmanes y cristianos adhieran al monoteísmo y consideren a Abraham un antepasado común, aportan perspectivas muy diferentes a la región. Para los judíos religiosos, la tierra de Israel es una herencia divina. La solidaridad musulmana con los palestinos se ve reforzada por el estatus sagrado de Jerusalén en la tradición islámica. Los líderes cristianos expresan a menudo su simpatía por sus correligionarios palestinos y reconocen a Israel como patria judía con el trasfondo histórico del crimen del Holocausto perpetrado en una Europa de mayoría cristiana.
Para el papa Francisco, que ha hecho del entendimiento interreligioso e intercultural un sello distintivo de su papado, la guerra entre Israel y Hamás representa un desafío particularmente difícil. Desde que se convirtió en Papa en 2013, aboga por una “cultura del encuentro” marcada por el diálogo y la cooperación por encima de las divisiones religiosas, nacionales e ideológicas. En su enfoque del diálogo, Francisco ha puesto un énfasis especial en la búsqueda de puntos de contacto espirituales y teológicos con otras tradiciones, pero insiste en que el diálogo interreligioso también debe abarcar los aspectos prácticos del acompañamiento y no debe rehuir las cuestiones divisorias. “Encuentro”, con su raíz latina contra (opuesto), implica una disposición a reconocer y abordar la diferencia. Un segundo énfasis de su enfoque del diálogo es la insistencia en la humanidad global como marco de referencia. Laudato si, por ejemplo, le pide a la comunidad internacional que se una para hacer frente a la crisis climática. En Fratelli tutti, Francisco hizo hincapié en nuestras obligaciones mutuas en torno a otros desafíos globales, desde la guerra y el terrorismo hasta los refugiados, la desigualdad social y la pandemia del Covid-19.
Estos dos elementos del enfoque de Francisco del diálogo interreligioso -la apertura teológica y un horizonte global- han ocupado un lugar central en el acercamiento a los musulmanes, que culminó con el Documento sobre la Fraternidad Humana de 2019 y el respaldo del Vaticano al proyecto de la Casa de la Familia Abrahámica. El histórico viaje de Francisco en 2017 a El Cairo y Al-Azhar, donde profundizó su relación con Ahmed El-Tayeb, fue un momento crítico. “Sin ceder a formas de fácil sincretismo”, dijo en su discurso en Al-Azhar, “nuestra tarea es rezar los unos por los otros, implorar a Dios el don de la paz, encontrarnos unos con otros, entablar un diálogo y promover la armonía en un espíritu de cooperación y amistad”. Francisco reiteró estas convicciones en viajes posteriores a EAU, Marruecos, Irak y Bahréin. La expresión más vívida de su apertura al islam es quizá la notable afirmación que hace en el Documento sobre la Fraternidad Humana de que “el pluralismo y la diversidad de religiones, color, sexo, raza y lengua son voluntad de Dios en su sabiduría”, una idea expresada directamente en el Corán, pero no en la Biblia. Fratelli tutti hace múltiples referencias positivas al documento y a El-Tayeb personalmente: un gesto interreligioso sin precedentes en una encíclica.
La apertura teológica y un marco global también han caracterizado la relación personal de Francisco con los judíos. Como arzobispo de Buenos Aires, Francisco entabló una estrecha amistad con el rabino Abraham Skorka, uno de los líderes de la comunidad judía en Argentina. A principios de su pontificado, Francisco realizó un viaje a Israel, donde visitó el Memorial del Holocausto Yad Vashem, rezó en el Muro Occidental y destacó “el camino de amistad” que los católicos y los judíos recorrieron juntos desde que la Iglesia abrazó el diálogo interreligioso en el Concilio Vaticano II con la Declaración Nostra Aetate de 1965. Durante una visita en 2016 a la Sinagoga de Roma, Francisco subrayó que “la dimensión teológica del diálogo judeo-católico merece profundizarse aún más” y recordó que “la Shoah nos enseña a mantener siempre el máximo nivel de vigilancia, para poder intervenir inmediatamente en defensa de la dignidad humana y de la paz”. Ha denunciado el recrudecimiento mundial del antisemitismo en los últimos años.
La guerra entre Israel y Hamás complicó los esfuerzos interreligiosos de Francisco. A nivel diplomático, su respuesta mostró continuidad en general: el Vaticano reiteró su permanente apoyo a una solución de dos Estados para el conflicto palestino-israelí con garantías de seguridad para ambas partes, protecciones para la libertad religiosa y las minorías cristianas, y el acceso de los fieles de las tres religiones abrahámicas a los lugares sagrados de Jerusalén. Los llamamientos de Francisco a un alto el fuego inmediato se ajustan a la oposición general del Vaticano al uso de la violencia. Al mismo tiempo, los nuevos desafíos derivados del carácter específico de la guerra actual -la masacre de Hamás y la magnitud de la respuesta militar israelí- generaron dos tipos diferentes de tensiones interreligiosas.
Las tensiones con los líderes israelíes y judíos han salido a la luz. La admonición de Francisco al presidente Isaac Herzog de que Israel no debe combatir el terror con terror, y su insistencia en reunirse en el Vaticano no sólo con las familias de los rehenes israelíes, sino también con palestinos cuyos familiares sufren en Gaza, suscitaron críticas de los líderes judíos de Israel y de todo el mundo. El Consejo de la Asamblea de Rabinos de Italia, por ejemplo, se preguntaba “de qué han servido décadas de diálogo cristiano-judío hablando de amistad y fraternidad si luego, en la realidad, cuando alguien intenta exterminar a los judíos, estos, en vez de recibir expresiones de cercanía y comprensión, reciben como respuesta acrobacias diplomáticas, ejercicios de equilibrismo y una glacial equidistancia".
Aunque no cabe duda de que el papa Francisco está haciendo un difícil ejercicio de equilibrismo, el Vaticano ha criticado más a Hamás que a Israel. El cardenal Parolin calificó las acciones de Hamás del 7 de octubre como “atentado terrorista” e “inhumano”, aunque instó a Israel a ser proporcionado en su respuesta. En su mensaje de Navidad Urbi et Orbi, el papa Francisco condenó “el abominable ataque del 7 de octubre”, pero se refirió a la responsabilidad israelí por la muerte de civiles de manera más oblicua, pidiendo “el fin de las operaciones militares con su terrible cosecha de víctimas civiles inocentes”. En una audiencia con diplomáticos celebrada en enero, volvió a referirse al ataque de Hamás y renovó su “condena a esa acción y a todo acto de terrorismo y extremismo”. A medida que aumentaba la condena internacional a la campaña israelí en Gaza, el Vaticano ha evitado utilizar la palabra “genocidio”. Pero la retórica cuidadosa y las relaciones con los medios de comunicación, junto con una carta de Francisco a “mis hermanos y hermanas judíos de Israel” a principios de febrero, no han aplacado las críticas de la comunidad judía. El hecho de que el Vaticano aún no haya criticado el uso que otros hacen del término “genocidio”, con su comparación implícita entre la campaña militar de Israel y el Holocausto, puede complicar las relaciones católico-judías en el futuro.
El desafío que plantea la guerra entre Israel y Hamás para las relaciones de Francisco con los líderes musulmanes es muy diferente. La respuesta de Al-Azhar a la masacre de civiles israelíes por parte de Hamás -elogiando como mártires a los atacantes muertos - es difícil de compatibilizar con el llamamiento del Documento sobre la Fraternidad Humana a los líderes para que “dejen de utilizar las religiones para incitar al odio, la violencia, el extremismo y el fanatismo ciego, y se abstengan de utilizar el nombre de Dios para justificar actos de asesinato, exilio, terrorismo y opresión”. El Vaticano no ha comentado públicamente los elogios de Al-Azhar al ataque de Hamás y sus referencias a Israel como “entidad terrorista sionista” empeñada en el genocidio. Esto puede tener sentido desde un punto de vista diplomático, dada la indignación musulmana ante la actual ocupación israelí, el número de víctimas civiles en Gaza y la importancia de la relación con Al-Azhar. Pero la brecha entre la retórica del Documento sobre la Fraternidad Humana, con su oposición a cualquier incitación religiosa a la violencia, y las realidades de la guerra entre Israel y Hamás demuestran la fragilidad de la diplomacia interreligiosa.
A pesar de estos desafíos, el impacto limitado del diálogo interreligioso en tiempos de guerra no es motivo para abandonar declaraciones como el Documento sobre la Fraternidad Humana o proyectos como la Casa de la Familia Abrahámica. Una vez que cesen los combates en Gaza, y si se avanza hacia una solución de dos Estados, la diplomacia interreligiosa puede servir como uno de los cimientos de una paz duradera.
Los Acuerdos de Abraham de 2020, que normalizaron los lazos entre Israel, EAU y Bahréin, representan un esperanzador punto de partida. La Declaración de los Acuerdos de Abraham, firmada por todas las partes, alentaba “los esfuerzos para promover el diálogo interreligioso e intercultural para avanzar en una cultura de paz entre las tres religiones abrahámicas y toda la humanidad”. Un pasaje destacable del acuerdo bilateral Israel-EAU fue más allá: “Los pueblos árabe y judío descienden de un antepasado común, Abraham, y se inspiran en ese espíritu para fomentar en Oriente Medio una realidad en la que musulmanes, judíos, cristianos y pueblos de todas las religiones, denominaciones, creencias y nacionalidades vivan y se comprometan con un espíritu de coexistencia, comprensión mutua y respeto recíproco”. Los Acuerdos fueron criticados en su momento por dejar entre paréntesis la cuestión de la autodeterminación palestina. Si tras la guerra de Gaza se consiguiera avanzar hacia una solución de dos Estados con garantías mutuas de seguridad, podría producirse la normalización de las relaciones israelíes con Arabia Saudita y otros Estados de mayoría árabe y musulmana, y esto proporcionaría un impulso para “una cultura de paz” apoyada por líderes de las tres comunidades abrahámicas.
Como han señalado los críticos de la diplomacia interreligiosa, es la cooperación entre comunidades religiosas a nivel nacional y local lo que tiene un impacto más directo en el terreno. Pero las reuniones y declaraciones interreligiosas internacionales sí son importantes a largo plazo, ya que proporcionan un marco normativo y un punto de referencia para esos esfuerzos. En las dos últimas décadas, por ejemplo, los líderes locales judíos, musulmanes y cristianos de Jerusalén y sus alrededores han luchado contra vientos políticos en contra para impulsar la cooperación, especialmente en torno a los lugares santos. Si se pudiera establecer una paz regional dentro de un marco abrahámico apoyado por los líderes religiosos mundiales, sería más probable que estos esfuerzos interreligiosos locales dieran frutos en el futuro.
Mientras tanto, el papa Francisco tendrá que enfrentar inevitables tensiones con los líderes judíos y musulmanes en torno a la guerra entre Israel y Hamás y sus consecuencias inmediatas. Es posible que su firme compromiso con el diálogo abrahámico no tenga ningún impacto directo o inmediato en el acuerdo de posguerra. Pero su enfoque, con su énfasis en la apertura teológica y un horizonte global, está diseñado para el largo plazo. Para Francisco, construir una cultura del encuentro implica paciencia ante realidades complejas y obstinadas. En la exhortación apostólica Evangelii gaudium de 2013 rechazó las soluciones fáciles o precipitadas, abogando en cambio por “acciones que generen nuevos procesos en la sociedad y comprometan a otras personas y grupos que puedan desarrollarlos hasta el punto de fructificar en hechos históricos significativos”. Cuando se trata de la diplomacia interreligiosa como fuerza de paz, la perseverancia en el diálogo, por difícil que sea, es el único camino para avanzar.