El Concilio de Nicea en las relaciones judeo-cristianas actuales. Un punto de vista cristiano ortodoxo.

Intervención del Dr. Geoffrey Ready en el seminario web «De 325 a 2025: El Concilio de Nicea y las relaciones judeo-cristianas actuales», presentado el 9 de septiembre de 2025 por el Consejo Internacional de Cristianos y Judíos (ICCJ).

En su libro Border Lines: The Partition of Judaeo-Christianity, Daniel Boyarin presenta la separación de caminos como dos tradiciones hermanas nacidas de la misma madre (es decir, el judaísmo del Segundo Templo, en toda su diversidad) y que se desarrollaron gradualmente por separado a través de un proceso histórico y cultural largo y complicado, casi de la misma manera en que diferentes idiomas emergen de su lengua madre raíz —el francés y el italiano del latín, por ejemplo—, aunque lenguas intermedias como el provenzal, el occitano o el romanche complican una visión binaria simplista.

Pero no se trataba simplemente de lo que se convertiría en el judaísmo rabínico, por un lado, y el cristianismo ortodoxo, por otro, que ofrecían respuestas diferentes a las mismas preguntas, sino que, de manera casi más fundamental, las tradiciones planteaban preguntas diferentes. Boyarin sostiene que el cristianismo inventó el concepto moderno de religión: un sistema independiente de creencias separado de la etnia, la cultura y la geografía. Por el contrario, el judaísmo siguió siendo una identidad nacional-étnica que incluía elementos religiosos, pero que no podía separarse de la historia, la lengua y la condición de pueblo. Esta diferencia explica por qué el judaísmo tiene un estatus ambiguo como «religión» incluso en la actualidad.

En este sentido, el Concilio de Nicea marca verdaderamente el lugar de nacimiento del cristianismo como religión. Fundó los parámetros de creencia que definen lo que es la fe cristiana, estableciendo una forma ortodoxa de creer frente a otras creencias.

Aunque esto es parcialmente cierto, quiero sugerir que este punto de vista constituye, en gran medida, una interpretación moderna de lo que Nicea se propuso hacer: en mi opinión, se trata de un malentendido sostenido por siglos de interpretación cristiana inadecuada sobre lo que estaba en juego en el Concilio de Nicea y el credo que este produjo.

La confusión puede verse en el significado de la palabra «ortodoxo». En un sentido moderno, se utiliza para describir opiniones y creencias racionales, en contraposición a lo que se considera una desviación de lo tradicional y aceptado. Su etimología remite a los términos griegos orthi, «recto», «verdadero», y doxa, «creencia» u «opinión».

Pero en la Iglesia primitiva, doxa significaba principalmente «gloria», «culto». Era la verdad inmediata de la experiencia espiritual y del encuentro místico con el Dios vivo. La «ortodoxia» era la preservación de esa verdad, dentro de unos límites pastorales prudentes que no la reducían a conceptos (ya que Dios es incomprensible) ni a palabras (ya que Dios es inefable), sino que establecían salvaguardias para garantizar que otros pudieran seguir el mismo camino hacia la experiencia del misterio de Dios.

Introducción: un plan más que un destino

Los padres conciliares redactaron el Credo de Nicea como un plan para usar en la navegación, pero no el destino en sí mismo. Sin embargo, durante 1700 años, los cristianos han confundido a menudo el plan con el final del viaje, el vallado con el jardín que delimita.

1. El verdadero objetivo de Nicea: una defensa pastoral de la experiencia de Dios

El credo surgió como una respuesta a ataques específicos contra las enseñanzas cristianas fundamentales. Estos ataques amenazaban con socavar la posibilidad de experimentar al Dios vivo.

No fue concebido como un resumen completo de la fe ni para reemplazar a toda la historia que se encuentra en las Sagradas Escrituras, sino como una protección contra herejías específicas. Si hubiera pretendido contar toda la historia, habría incluido enseñanzas sobre Dios y su Alianza con Israel, sobre la Torá y la obediencia o desobediencia a ella, sobre la experiencia y las enseñanzas proféticas, sobre la Tierra Prometida, el exilio y el futuro prometido por Dios, el reino de paz de la era venidera.

Los Padres de la Iglesia conocían toda la historia bíblica de Dios e Israel, como lo atestiguan sus homilías, cartas o comentarios. Los obispos de Nicea, como Atanasio, Alejandro de Alejandría y Eusebio de Cesarea, leían, citaban y exponían constantemente las Escrituras de Israel. Sus sermones y cartas están impregnados de la historia de Israel. En la liturgia se proclamaba abundantemente la Escritura, ya fueran salmos, profecías o el comentario, el midrash sobre las Escrituras, que constituía el testimonio apostólico.

Para los Padres de la Iglesia, la experiencia de Jesús solo era comprensible como el cumplimiento de la Alianza con Israel: él era la Sabiduría de los Proverbios, el Siervo de Isaías, el antitipo del cordero pascual. Sin embargo, el credo no repite el relato bíblico: lo presupone como matriz viva de la experiencia y de la proclamación de la comunidad.

Pero fue en su contexto histórico particular, con la necesidad específica de responder a la sistematización y reducción de esa fe y experiencia por parte de Arrio, cuando recurrieron al uso de declaraciones en forma de credo y términos filosóficos griegos (homoousios, hypostasis) como herramientas de precisión, no como sustitutos del relato bíblico.

El objetivo era preservar el vallado alrededor de la ortodoxia —alrededor de la verdadera gloria, el verdadero culto, la verdadera experiencia mística— para que las personas pudieran seguir avanzando en su camino hacia la experiencia del Dios vivo en el culto y la vida de la Iglesia.

2. Recuperar los fundamentos judíos

El 1700° aniversario de Nicea ofrece una oportunidad no solo para redescubrir el objetivo pastoral original del credo, sino también para recuperar todo ese contenido narrativo de la fe que hemos descuidado. Los primeros discípulos de Jesús como Mesías lo entendieron a través de los relatos, el simbolismo y el vocabulario del judaísmo del Segundo Templo. Su cristología era completamente judía y consistía esencialmente en un midrash sobre las Escrituras y sus conceptos de Torá, Sabiduría, Tabernáculo, Shekhiná y Gloria.

Boyarin sostiene que las ideas cristianas fundamentales —como una divinidad dual (Padre e Hijo), un Redentor divino-humano y un Mesías que sufre y muere— están profundamente arraigadas en la tradición diversa del judaísmo del Segundo Templo. Estas ideas no fueron creaciones nuevas de los primeros cristianos, sino que surgieron de siglos de pensamiento y escritos judíos.

3. ¿Cuáles son las implicaciones para el diálogo actual?

Durante mucho tiempo se ha supuesto que la separación de caminos entre judíos y cristianos produjo un abismo insalvable entre las dos tradiciones que surgieron del judaísmo del Segundo Templo. Tanto los cristianos como los judíos suelen llegar a la conclusión de que adoran a dioses diferentes. Las comunidades judías suelen considerar la teología cristiana como una deformación helenística (y pagana) de la fe de Israel. Sugiero que esto se debe, en gran medida, a que los cristianos malinterpretaron y proclamaron erróneamente el objetivo de Nicea.

Pero cuando los cristianos hablan de Cristo en términos de la Torá encarnada o la Sabiduría divina, los judíos reconocen, esperemos, conceptos familiares. Este marco escritural ofrece un terreno común que las categorías filosóficas griegas no pueden proporcionar.

Las formulaciones nicenas siguen siendo el vallado esencial que protege la ortodoxia. Pero dentro de ese vallado hay un vasto territorio de relatos y vocabulario arraigados en el judaísmo, que sigue siendo el marco teológico y espiritual de la vida humana y la experiencia del único Dios verdadero.

Conclusión: del debate al encuentro

En conclusión, el credo nunca tuvo la intención de ser todo el edificio, sino solo su vallado protector vital. Los objetivos de Nicea no eran principalmente crear un nuevo sistema doctrinal, sino preservar la integridad del culto cristiano, la verdad de la salvación como deificación y el conocimiento relacional de Dios, conocido a través de un encuentro espiritual, místico y directo.

El credo funcionaba como un escudo protector del encuentro vivido con el Dios vivo —litúrgica, mística y comunitariamente— más que como un fin en sí mismo. El concilio no se propuso innovar, sino más bien trazar límites en torno a lo que se podía y no se podía decir, con el fin de salvaguardar el misterio que los creyentes encontraban en la oración y la contemplación.

Incluso la muy debatida palabra homoousios («consustancial») era un vallado, no un sistema especulativo: excluía la lectura de Arrio, pero no intentaba explicar la mecánica interna de la vida divina. El objetivo era expresar humildad ante el misterio, preservando un camino fiel de adoración en lugar de construir un edificio filosófico.

En el interior de ese vallado se encuentra la realidad viva: la autorrevelación redentora de Dios en la historia de Israel. Honrar Nicea significa no confundir el plan con la experiencia del destino, o el vallado con el jardín, que sigue siendo lo que siempre ha sido: el encuentro con el único Dios verdadero de Israel que crea, sostiene y redime todas las cosas.

 

Editorial remarks

El reverendo Dr. Geoffrey Ready es director de Estudios Cristianos Ortodoxos en el Trinity College de la Universidad de Toronto, Canadá, donde imparte clases de teología litúrgica, estudios pastorales y Antiguo y Nuevo Testamento. Preside el grupo de trabajo Orthodox Christians in Dialogue with Jews («Cristianos ortodoxos en diálogo con los judíos»), que se dedica a abordar el antijudaísmo en la predicación, la enseñanza y la liturgia ortodoxas.

El video del seminario web «From 325 to 2025: The Council of Nicaea and Jewish-Christian Relations Today» (De 325 a 2025: el Concilio de Nicea y las relaciones judeo-cristianas actuales) puede verse en la página web del ICCJ.

Traducción: Silvia Kot