Es mi posición como dirigente del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos (ICCJ), una federación de 36 organizaciones de todo el mundo comprometidas con el diálogo judeo-cristiano en contextos políticos y culturales muy diferentes, lo que me impulsa a examinar las posibles consecuencias para nuestro trabajo de aquel fatídico día y de lo que sucedió después. Quiero aclarar que hablo aquí en mi propio nombre y que mis pensamientos son los de una activista comprometida, no los de una historiadora o una teóloga.
Desde hace muchos años, nos esforzamos por establecer claramente, a partir de textos autorizados, los fundamentos del diálogo, discernir lo que compartimos y lo que nos diferencia, y dotarnos de herramientas pedagógicas para garantizar la difusión de nuestros avances. Hoy, estos avances se ven amenazados por tensiones intercomunitarias e interpersonales que nadie puede ignorar.
Francia: un contexto privilegiado
En Francia tenemos la gran suerte de trabajar en un contexto privilegiado, con el compromiso fuerte y a menudo pionero del Servicio Nacional de Relaciones con el Judaísmo de la Conferencia Episcopal Francesa, la solidez de la Amitié Judéo-Chrétienne de Francia, que también cuenta con protestantes y cristianos ortodoxos, y los grandes rabinos que han estado muy involucrados en este trabajo, desde el gran rabino Kaplan, de bendita memoria, hasta nuestros días con el gran rabino Korsia, sin olvidar por supuesto al gran rabino R. S. Sirat, de bendita memoria, y al gran rabino Gilles Bernheim. El enfoque cristiano ha encontrado el compromiso y la respuesta de los judíos. Añadiré que el libro recientemente publicado por el Servicio Nacional de Relaciones con el Judaísmo: Déconstruire l'antijudaïsme chrétien,[1] es una herramienta extraordinaria que merece ser ampliamente difundida. Juntos, hemos logrado avances significativos y valiosos.
La Shoá e Israel: temas pendientes
Al intentar reflexionar, con humildad, más profundamente sobre lo que nos sucede hoy, puedo discernir dos puntos que han quedado sin resolver y que no hemos explorado juntos.
Pienso en dos temas concretos que para mí son fundamentales, y que ahora más que nunca es necesario abordar con confianza y claridad: la Shoá e Israel, dos temas ciertamente de mucho peso, dos temas que no son mencionados en la declaración Nostra Ætate.
Yo añadiría que, desde el 7 de octubre, ambos temas han estado más estrechamente vinculados que nunca y marcan intensamente nuestra identidad judía. Forman parte de lo que somos, nos definamos o no por ellos, pues también están presentes en la forma en que el mundo nos percibe.
En 30 años de trabajo, he oído decir a muchos cristianos solidarios y comprometidos con el encuentro con los judíos que es necesario pasar la página de la Shoá para no ser prisioneros del pasado. En cuanto a Israel, he participado en muchas conferencias y trabajos que tratan de demostrar que el antisionismo no es antisemitismo.
Yo misma he intentado refinar mi sentido del matiz para comprender y discernir mejor estas diferencias. Ante el tsunami de odio que se dirige hoy contra el Estado de Israel, veo que estas ideas no son más válidas que el requerimiento de pasar la página de la Shoá de una vez por todas.
Ya no estoy segura en absoluto de que la distinción entre la política del Estado de Israel y su existencia misma esté presente en la mente de las personas que propician a la ligera su desaparición definitiva, como si en realidad se tratara de un simple accidente en el camino. Incluso estoy segura de que esa distinción ya no se hace, si es que alguna vez se hizo.
En cuanto al tema de la Shoá, parece existir hoy ante todo gracias a los esfuerzos que se hacen por negarla (volveré sobre esto). Nuestros esfuerzos por luchar contra esta negación consumen nuestra energía y también determinan lo que decimos al respecto, cuando hay tantas otras cosas que decir.
¿Qué podemos esperar de los cristianos?
Seamos claros: yo no espero que un cristiano sienta esto como yo, pero me gustaría estar segura de que, sobre estos temas, pudiéramos comprender cuáles son nuestras diferencias de comprensión. Tampoco espero una actitud partidista, sino una escucha atenta y una solidaridad total cuando se niegan los hechos en favor de la parcialidad y la opinión.
Luchar contra los negacionismos: la Shoá y el 7 de octubre
La negación de la atroz barbarie del 7 de octubre ya se introdujo en la opinión pública y se suma a la negación de la Shoá, que experimenta un auge sin precedentes.
Para nosotros, la Shoá sigue siendo una herida en el alma, un trauma que hemos tenido que revivir con mayor agudeza y profunda ansiedad desde esa fatídica fecha.
La negación de la Shoá adopta muchas formas. Va desde la forma más simple, es decir, dejar de mencionarla porque no es importante, hasta la negación de su magnitud, pasando por su banalización e incluso la perversa acusación de que benefició a los judíos, que la convirtieron en un negocio.
Incluso hemos visto recientemente intentos de modificar la definición de genocidio en la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
La negación de los hechos del 7 de octubre ya está en marcha y parece seguir el mismo patrón. Sin embargo, ese día fue como un día de Shoá: una violencia sin precedentes sufrida por 1200 víctimas arrancadas de sus vidas. Estas víctimas eran, en su mayoría, pacifistas, amigables con la población de Gaza, niños de corta edad, y también personas que habían llegado de todas partes para soñar con un mundo sin oscuridad en un festival de música.
Ese Shabat, Simjat Torá, día de celebración y alegría, estará marcado de ahora en adelante por la tristeza y el luto. Muchas autoridades israelíes y judías lo calificaron inmediatamente de pogromo, ya que las insoportables imágenes de los cadáveres apilados así lo sugieren.
La negación de la verdad de estos sucesos -o su contextualización- nos conmociona, nos impide afrontar el trauma, afecta gravemente al proceso de duelo y nos provoca un sentimiento de soledad extrema y profunda angustia.
La liturgia judía siempre ha estado marcada por tiempos de destrucciones y persecuciones. Cada día, desde la noche de los tiempos, rezamos por la liberación de los encarcelados: de hecho, es un deber religioso no abandonarlos. Esta liturgia se compone ciertamente de alabanzas, pero también de súplicas, y estas nos remiten hoy a lo que estamos viviendo desde el 7 de octubre.
Los acontecimientos trágicos siempre han encontrado un eco profundo en la liturgia, vinculándonos así a nuestra historia
Israel y el vínculo de los judíos con su tierra
Mi segundo punto fundamental es el vínculo entre el pueblo judío y su tierra, un vínculo que se cuestiona constantemente e incluso se niega. A ello se añade el poderoso vínculo que existe entre los judíos de la diáspora e Israel, ya que muchos de nosotros tenemos familia allí.
Cuando Israel se estremece, nosotros nos estremecemos. Pero nosotros no determinamos la política de ese Estado y, por lo tanto, no se nos puede responsabilizar de sus actos. Sin embargo, en todos los países donde viven comunidades judías se lanzan constantemente acusaciones contra nosotros. Manifestaciones masivas semanales en muchas capitales europeas reclaman la liberación de Palestina, desde el río hasta el mar, y despliegan abiertamente virulentas consignas antisemitas.
El Estado de Israel existe desde 1948: es un hecho histórico. Puede que algunos ya no recuerden las diversas propuestas de paz y división del territorio, todas ellas rechazadas categóricamente por los países árabes. En estos últimos años tuvieron lugar los Acuerdos de Abraham y el deslumbrante desarrollo de la economía israelí. La mayoría de nuestros contemporáneos ignoran las negativas árabes y sólo ven esta reciente era de paz y prosperidad, que con demasiada facilidad equiparan con un último bastión del colonialismo del hombre blanco. La realidad histórica no se puede borrar de esta manera. La coalición terrorista que actúa desde el 7 de octubre no tiene como objetivo la solución de dos Estados para dos pueblos, sino la desaparición simple y llana del Estado de Israel. No se cuestionan las fronteras del Estado de Israel: se cuestiona su propia existencia.
Dicho esto, en abril de 1973 --año de la guerra del Yom Kippur, otra ofensiva destinada a destruir el Estado de Israel y que comenzó en el día más sagrado del calendario litúrgico judío--, la Conferencia Episcopal Francesa publicó sus “Orientaciones pastorales” y dijo: “Ahora es más difícil que nunca emitir un juicio teológico sereno sobre el movimiento del pueblo judío para regresar a ‘su’ tierra”.
Las comillas del pronombre posesivo no son mías, pero me hacen plantear una pregunta. ¿De dónde surge esta dificultad? Para los cristianos, por supuesto, es una cuestión teológica fundamental, pero para los judíos simplemente forma parte de nuestra comprensión de nosotros mismos. Yo añadiría que los remanentes de la teología de la sustitución pueden reflejarse en el uso de estas comillas: si el judío regresa a su tierra, ya no está condenado ser errante.
Aunque está claro que tanto el judaísmo como el cristianismo y el islam pertenecen a esa tierra llamada santa, estas tres pertenencias son diferentes en esencia; pero ¿por qué debería cuestionarse sólo la pertenencia judía? Quisiera recordar aquí que la existencia misma del Templo de Jerusalén fue negada hace unos quince años, que esta negación no suscitó la protesta generalizada que podía haberse esperado y también forma parte de una larga cadena de negaciones.
Existe muy a menudo, y en muchos círculos, una reticencia para reaccionar, cierta cautela ante lo que podría parecer un apoyo a Israel. Hoy estamos pagando el precio de esa cautela. Yo añadiría que parece persistir y que en este silencio penetra la voz desenfrenada del odio.
El desenfrenado imaginario del odio
Nunca se debe subestimar la increíble fuerza del odio antisemita. Se afirma siempre con mayor virulencia cuando las democracias se debilitan. No se compara con ninguna otra cosa y se basa en un imaginario desenfrenado que no conoce límites, que dice sobre el pueblo judío, desde siempre, una cosa y lo contrario.
El pueblo judío no se parece en nada a esos estereotipos persistentes. Pero no podrá destruir los estereotipos por sí solo, y debemos tomar conciencia de ello en forma urgente.
El 7 de octubre nos ha conmocionado. Hemos perdido la sensación de seguridad en Israel, la tierra refugio, y en la diáspora, las comunidades judías arraigadas desde hace mucho tiempo, que comparten y contribuyen a la historia, la cultura y el desarrollo de los países en los que están establecidas, sufren ataques violentos que las desestabilizan profundamente. Pocas veces se oyen comentarios positivos sobre el pueblo judío en la sociedad civil. Creo, sin haberlo verificado, que, en general, tampoco se oyen en iglesias, templos y mezquitas,
Hemos perdido la confianza que podíamos esperar tener en organismos internacionales, en universidades de élite y, en un plano más personal, en muchas personas que muy pronto revelaron que condenaban a Israel incluso antes de que comenzara la verdadera ofensiva del ejército israelí. La cuestión de los 134 rehenes, entre ellos niños pequeños, ancianos y mujeres, nos recuerda dolorosamente el fracaso de los organismos humanitarios internacionales que, en nuestra opinión, ya no tienen ninguna credibilidad.
No estamos solos
Sabemos que no estamos solos, pero debemos admitir que tenemos más enemigos que amigos. El diálogo judeo-cristiano es un movimiento dentro del mundo cristiano en sus diversas denominaciones, pero no es un movimiento tan amplio como prometían los textos protestantes y católicos. La timidez para ampliar este movimiento ya no es aceptable: de hecho, se está volviendo peligrosa.
Es preciso añadir también que en Israel hay debates internos con consecuencias extremadamente importantes para su futuro. Esto debería mostrar con fuerza, ante la opinión pública, la vitalidad de la sociedad civil de ese país que, acosado por una coalición de gente que desea su destrucción, no duda en tener luchas internas.
Pistas
Entonces, ¿qué se puede hacer para fortalecer la resistencia al antisemitismo y para que los logros del diálogo no sean destruidos por esta situación extremadamente difícil?
En primer lugar, debemos luchar contra todos los negacionismos y no quedarnos solos ante las acusaciones de conspiración dirigidas tanto contra los judíos como contra el Estado de Israel.
El antisemitismo y el antijudaísmo son un problema para los judíos, pero no deberían ser el problema de los judíos.
Es imperativo reemplazar la teología de la sustitución por una teología positiva y eliminar sus remanentes. Son antiguos y están siempre presentes, y ganan más terreno cuando el pueblo judío e Israel vuelven al primer plano de la actualidad. Esas acusaciones --que van desde la incapacidad de perdonar y la sed de venganza basada en la ley del talión, hasta el afán de lucro, la indiferencia total hacia los demás y la condena de ser errantes-- siguen presentes en el imaginario antijudío y antisemita. ¿Es necesario recordar aquí que Jesús no estaba ni en ruptura ni en oposición a su pueblo?
Es necesario desarrollar un pensamiento teológico de la pertenencia a la tierra de Israel y reflexionar sobre la Shoá no solamente a través del deber de la memoria.
Juntos, debemos atrevernos a transitar el difícil terreno de una teología post-Shoá.
Ninguna ruptura u oposición entre nosotros debe interferir en estas grandes áreas del diálogo futuro, porque inevitablemente habrá continuidad en este diálogo. Así es como veremos crecer aún más nuestra amistad espiritual.
Quienes lo experimentan pueden atestiguar que es una bendición.
25 de febrero de 2024