Conmemoración del 40o aniversario de Nostra Aetate en el Vaticano
Jean Duhaime
Promulgada el 28 de octubre de 1965, en la última sesión del Concilio Vaticano II, la Declaración Nostra Aetate, especialmente su punto 4, constituyó un giro decisivo en las relaciones entre la Iglesia Católica y el judaísmo. El 40o aniversario de esta Declaración fue celebrado en el Vaticano el pasado 27 de octubre, durante una jornada conmemorativa organizada por la Comisión para las Relaciones Religiosas con el judaísmo. Tras el discurso de bienvenida del cardenal Walter Kasper, presidente de la Comisión, los participantes pudieron escuchar las conferencias del cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo emérito de Paris y del rabino David Rosen, director internacional para las cuestiones interreligiosas del American Jewish Committee.
Al comenzar su alocución, el cardenal Kasper leyó una carta del papa Benedicto XVI. En ella, el papa recuerda que “Nostra Aetate subrayó la necesidad de superar los prejuicios del pasado, las incomprensiones, la indiferencia y el lenguaje del desprecio y de la hostilidad. La Declaración ha posibilitado una mayor comprensión, respeto y cooperación recíprocos, y a menudo, la amistad entre católicos y judíos. Eso los llevó también a reconocer sus raíces espirituales comunes y a tomar conciencia de su rica herencia de fe...”. Al ubicarse en la continuidad de la obra de su predecesor Juan Pablo II, y mirando al futuro, el sumo pontífice expresó su esperanza de que “en el diálogo teológico, así como en los contactos y la colaboración cotidianos, los cristianos y los judíos ofrezcan un testimonio común cada vez más convincente del Dios único y de sus mandamientos, de la santidad de la vida, la promoción de la dignidad humana, los derechos de la familia y la necesidad de construir un mundo de justicia, de reconciliación y de paz para las generaciones que vendrán”.
El cardenal Kasper subrayó que 40 años, en la Biblia, puede significar un período en el que una generación está activa antes de dejar su lugar a la siguiente. El trabajo realizado en el transcurso de los últimos 40 años ha permitido comenzar a revertir “una historia bimilenaria compleja, tormentosa, difícil y dolorosa”, e iniciar un “proceso de reconciliación y de paz entre judíos y cristianos, sobre todo entre judíos y católicos”. El camino a recorrer es largo todavía, y está lleno “de obstáculos, de malentendidos y de recelos que vencer, de heridas del pasado que cicatrizar”. Esto exige seguir adelante con la “purificación de la memoria a través de un proceso continuo de conversión o teshuvá”. Este llamado se dirige especialmente a la nueva generación, que toma nuestro lugar sin haber vivido el cambio radical producido por Nostra Aetate.
El cardenal Kasper insistió en la tarea teológica que le espera a la nueva generación. Tenemos algunos “fragmentos”, pero todavía no una verdadera teología del judaísmo. Del mismo modo, queda por elaborarse una teología judía del cristianismo. También llamó la atención sobre “el amplio campo de la colaboración social y cultural” que se abre para los judíos y los cristianos: “La construcción de un mundo libre de la plaga del hambre, del flagelo del terrorismo, un mundo que rechazó por fin el antisemitismo y el anticatolicismo; la construcción de una cultura verdaderamente humana y solidaria, basada en los valores que los judíos y los cristianos tienen en común, una cultura de la ‘paz fruto de la justicia’ (Isaías 32,17), por sobre todo para esa tierra que es Santa para unos y otros. Estamos cada vez más confrontados a una misión común: transmitir la antorcha de la esperanza, la esencia de la religión, tanto judía como cristiana, a una nueva generación a menudo desorientada y sin esperanza, para que pueda construir un mundo en el cual, según la palabra del salmista, ‘la justicia y la paz se abrazarán’ (Salmos 84,11)”.
El cardenal Lustiger se inspiró en el llamado lanzado por el papa Benedicto XVI en la sinagoga de Colonia, para “mirar hacia adelante […] hacia las tareas de hoy y de mañana […] dar conjuntamente un testimonio todavía más unánime, colaborando en la práctica”. Señaló en primer lugar una indudable convergencia entre judíos y cristianos “para recordar la exigencia moral que necesita la vida de la sociedad”. Esa exigencia, enraizada en la revelación del Sinaí, se tradujo especialmente en “el corpus del derecho natural” y “permitió la afirmación de la dignidad inalienable de la persona humana, sobre la que se basan en definitiva los derechos humanos”.
El cardenal Lustiger también se interrogó sobre el universalismo de la Revelación, planteando la pregunta: “¿Qué significado tiene para el conjunto de la humanidad el acercamiento entre judíos y cristianos?” En su opinión, ese acercamiento permite a los judíos y a los cristianos “entender mejor lo que les ha sido dado como evidencia fundadora y tarea primordial: revelarle a una humanidad fraccionada el llamado a una unidad más fuerte y más grande que su inmensa diversidad”.
Después de decir que “el futuro común de judíos y católicos [...] requiere un trabajo sobre lo que hay en común y también sobre lo que separa, un trabajo que ahora es posible porque se basa en la certeza de una amistad querida por Dios”, formuló el deseo de “que las diferencias y las tensiones se conviertan en un estímulo para una profundización cada vez más atenta y dócil al misterio del que la historia nos hace herederos conjuntos”.
La dificultad de definir una teología cristiana del judaísmo coherente con la Declaración Nostra Aetate fue ilustrada por la intervención del rabino David Rosen. Se refirió en particular al debate que se ha abierto entre los católicos sobre la cuestión de la evangelización de los judíos. Recordó las palabras que pronunció el cardenal Kasper en el Boston College, en noviembre de 2002, en el sentido de que los judíos no tienen que convertirse al cristianismo para salvarse: “Si siguen su propia conciencia y creen en las promesas de Dios de la manera en que las entienden en su tradición religiosa, están en la línea del plan de Dios”, que, para los cristianos, “encontró una realización histórica en Jesucristo”.
La Iglesia ha renunciado, a todos los fines prácticos, al proselitismo con respecto a los judíos. Pero, según el rabino Rosen, el Vaticano todavía no aclaró completamente su posición teológica en ese sentido. Como prueba de ello, mencionó la opinión divergente expresada en Washington en marzo de 2005 por el cardenal Avery Dulles, para quien “la validez actual de la antigua alianza sigue siendo una cuestión abierta”, de manera tal que “siempre es el deber de los católicos invitar a los judíos a recibir la fe cristiana”. Este punto de vista, considera el rabino Rosen, está en flagrante contradicción con la enseñanza del papa Juan Pablo II y de varias conferencias episcopales. De ahí la urgente necesidad de una aclaración por parte del Magisterio sobre esta cuestión crítica para la prosecución del diálogo entre judíos y cristianos.
A pesar de esto, subrayó el rabino Rosen, las relaciones entre judíos y cristianos han hecho progresos considerables, especialmente gracias al impacto de los fuertes gestos simbólicos del papa Juan Pablo II y al establecimiento de relaciones diplomáticas entre el Vaticano y el Estado de Israel. Recientemente los grandes rabinos de Israel iniciaron un diálogo oficial con la Santa Sede. El rabino Rosen también llamó la atención sobre la formación de un Centro para las relaciones entre los judíos y las comunidades cristianas locales en Jerusalén. Por último, recordó la importante declaración Dabru Emet, en la que más de 200 personalidades judías esbozaron una reflexión religiosa positiva sobre el cristianismo.
El rabino Rosen terminó su alocución recordando la invitación lanzada por el papa Juan Pablo II a los cristianos y a los judíos para ser juntos “una bendición para el mundo”, y dando gracias al Único Señor “por esta transformación histórica que celebramos hoy”.